Los principios me asustan, siempre he preferido las
historias en “media res” donde el pasado no es lo importante. El pasado es ese
boceto previo que sólo marca una idea de lo que será tu cuadro, algo que puedes
modelar y cambiar por completo.
Siempre he creído que las personas somos como cuadros,
la gente que nos mira sólo verá lo que sus ojos alcancen: algunos verán los
personajes que lo forman, otros la situación de la escena representada y los
más curiosos podrán percibir cada pincelada que compone el cuadro, los
detalles, las fusiones de colores… Pero entre todos estos últimos habrá una
persona que, aunque vea esas pincelas imperfectas, esos personajes sin detalles
y esos colores poco trabajados, lo alabará por el maravilloso conjunto que
forma, olvidándose de que ese cuadro impresionista no vale ni la mitad de lo
que él cree.
Pero algún día, cuando se pare a mirarlo de cerca, verá
que ese cuadro que creía maravilloso no es más que el fruto de un trabajo
tosco, basto y pesado, realizado en un lienzo desgastado que se deshará en sus
propias manos.
Nunca se me ha dado bien hablar sobre mí, podría decir
que nunca se me ha dado bien hablar, siempre he sido el diario de otro, ese
apoyo que todo el mundo utiliza y eso me ha desgastado. Ni siquiera sé cómo
empezar incluso después de haber ensayado esto una y otra vez.
Siempre he pensado que enamorarse es malo, sólo
consigues que te hagan daño y en algunos casos ese daño permanece siempre. Supongo
que esto ha sido en parte culpa de mi padre, un niño metido en el cuerpo de un
adulto que sigue amando a mi madre como el primer día. He crecido con esa
sensación de que las cosas no se arreglan, que los futuros no valen y que las
personas no son buenas por naturaleza. El problema es cuando empiezan ese
hormigueo en la barriga, esas risas que abarcan tardes enteras y marcan récords
de duración, esos dibujos que empapelan las habitaciones y ayudan a dormir. En
ese momento crees que el futuro es tuyo, que el pasado no importa y que el
presente es tu obra maestra. Pero aterrizas, a veces empujado por otros y, en
otros casos, simplemente sucede porque el destino es un ser cruel, un Cronos que
devora sin piedad, un Marte preparado para para romper talones y cortar
cabezas.
Suena ridículo lo que escribo, cada palabra me parece
sacada de un libro de auto-ayuda para padres con problemas emocionales pero que,
realmente, narran mi vida, narran todas esas cosas que pasan por mi mente. Esas
cosas algo adornadas y sin ese gusto por lo macabro que por desgracia me
caracteriza.
No sé cómo decir que me he pasado la tarde llorando
entre cigarrillo y cigarrillo mientras Defeater sonaba a lo lejos, muy lejos de
mi mente, perdida en un cielo húmedo y triste.
No sé cómo decirte que me ha
paseado bajo la lluvia, que he meditado en la ducha y que me he tomado mil tés
para poder pegar ojo. Y que nada de eso
funciona, ya no.
No sé cómo decir que la gente me habla de ti continuamente y
yo sonrío y contesto, sin palabras,
amablemente.
No sé cómo decirte
que las series y las pelis dan asco y que nunca había pasado tanto tiempo sin
ver ninguna. Que los libros ya no me llaman por las noches y la música se ha
vuelto secundaria.
No sé cómo decirte que sí, es verdad que le echo de menos,
pero al que yo conocía, y simplemente lo echo de menos porque no lo veo, ese
chico no es ni la mitad de maravilloso de lo que yo creía, quizás me he
acercado demasiado al cuadro…
No sé cómo decirte que la última vez que hablé
con alguien sobre mí fue en mi cumpleaños, que llevo sin ver a mi mejor amigo
meses y que hoy he visto cinco minutos a mi mejor amiga, ni siquiera me ha dado
tiempo de decirle que la quiero mucho y que es maravillosa.
No sé cómo decirte
que “Ella” me ha dicho una de las frases más preciosas que jamás había oído y
que estoy orgullosa de ella porque está haciendo lo que yo jamás he sido capaz
de hacer.
No sé cómo decirte que no puedo mirarme al espejo porque me horroriza
la idea de ser la persona que veo en él.
No sé cómo decirte que ya no soy capaz
de diferenciar las letras del teclado…
No sé cómo decirte que recuerdo el primer día que me
fijé en ti, el primer día que me mordí el labio al mirarte, el primer día que
mientras observaba la lluvia desde el coche dije “ese chico es mi cuadro
favorito”.
No sé cómo decirte que eres maravilloso desde lejos y
desde cerca.